Juan
era un niño sonriente, jugaba al fútbol con sus amigos, ayudaba en casa, tocaba
la guitarra, se peleaba con su hermana y siempre mostraba su mejor sonrisa.
Hasta
que un día a Juan se le diagnosticó una grave enfermedad, inmediatamente tuvo
que ingresar en el hospital y su gran sonrisa se tornó en una mueca triste,
dejo de jugar, cantar y bailar, lo único que quería era volver a su colegio y a
sus actividades normales.
La
tristeza de Juan pronto se propagó a sus padres (que no soportaban verlo tan
apagado) a su familia, a sus amigos y a algunos
niños del hospital con los que se
relacionaba.
Algunos
enfermeros y doctores ya lo habían bautizado como “el niño triste” en sus
conversaciones de pasillo.
Hasta
que una noche en la que Juan dormía plácidamente un ruido le despertó
—Cachis,
ya he tirado algo, seré patosa- exclamó una sombra al fondo de la habitación
Juan
más intrigado que asustado encendió la luz de su mesita y vio como un
pintoresco personaje se sentaba a los
pies de su cama.
Su extraño
aspecto le hizo soltar una carcajada. Llevaba el pelo rizado, despeinado como
si acabara de pasar un helicóptero sobre ella, una ropa multicolor escondida
debajo de una bata de médico y unas alas escondidas detrás del chaleco de
flores que luchaban por salir. Llevaba la cara pintada y una nariz de payaso
morada adornaba sus facciones.
— ¡Eso
es lo que quiero, que te rías! ¡Tienes una sonrisa contagiosa!
— ¿Quién,
eres?— preguntó Juan
—Un
ángel— contestó la extraña mujer
— ¿Un
ángel con esa pinta?
— ¿Has
visto alguna vez un ángel?
Juan
negó con la cabeza
—Entonces
¿Cómo sabes cómo son?
El
muchacho se encogió de hombros y se desternillo de la risa cuando un ala del
ángel salió por detrás del chaleco y se alzó creando un enorme bulto en la
bata. El ángel bufó muy expresivamente, lo que hizo que Juan se riera aún más.
—Vengo
a traerte un regalo- continuó el ángel
— ¿El
qué?- preguntó Juan emocionado
El
ángel empezó a revolver en su bolsillo mientras hacía extrañas muecas cada vez
que sacaba un objeto erróneo.
—Aaaa,
aquí está— respiró aliviada mientras se sacaba una nariz de payaso como la suya
pero de color verde— esto es para ti, escúchame con esta nariz podrás hacer
reír a los que te rodean y hacerles un poco más felices, pero tiene una
condición, la nariz no funcionará si tú no estás feliz, si no estás alegre. No
tiene pilas ni batería, funciona con amor y alegría ¿La quieres?
—Si si—sonrío
Jun dando pequeños saltitos.
Los
meses y años pasaron, Juan se curó, hubo algunos que no tuvieron la misma
suerte, pero fueron felices hasta el final gracias a Juan y su nariz.
Hoy Juan ya es todo un hombre y ya no lleva
con él su nariz, aun así la tiene guardada siempre en una cajita en la mesita
de su cama, pero lo más importante es que sigue haciendo felices a los que le
rodean, es capaz de llenar de alegría a todo el mundo, y lo que es más
importante, es capaz de enseña a la gente a reír y ser feliz y que estos se lo
puedan transmitir y enseñar al mundo, por eso todos los días da gracias a Dios
por la visita de aquel angelito disfrazado de payaso.
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