Esta semana comenzamos una nueva sección. Se trata de los Viernes del cuento. De esta forma, todos los viernes colgaremos un cuento que nos haya gustado para compartirlo con vosotros. También nos gustaría que participéis en esta sección, haciéndonos llegar vuestros cuentos favoritos a nuestra dirección de correo (lauco313@gmail.com)
EL PERFUME DE LA MAESTRA
El primer día de clase, la
maestra doña Tomasa les dijo a sus alumnos de quinto grado, que ella siempre
trataba a todos por igual, que no tenía preferencias ni tampoco maltrataba ni
despreciaba a nadie.
Muy pronto comprendió lo difícil
que le iba a resultar cumplir sus palabras. Había tenido alumnos difíciles,
pero nadie como Pedrito. Llegaba al colegio sucio, no hacía las tareas, pasaba
todo el tiempo molestando o dormitando, era un verdadero dolor de cabeza. Un
día no aguantó ya más y se dirigió a la dirección.
- Yo no soy maestra para soportar
la impertinencia de un niño malcriado. Me niego a aceptarlo por más tiempo en
mi clase. Ya casi son las vacaciones de Navidad, espero no verlo cuando
volvamos en Enero.
La directora la escuchó con
atención, y sin decirle nada, revisó los archivos y puso en las manos de doña
Tomasa el libro de vida de Pedrito. La profesora lo comenzó a leer por deber,
sin convicción. Sin embargo, la lectura le fue arrugando el corazón:
La maestra de primer grado había
escrito: “Pedrito es un niño muy brillante y amigable. Siempre tiene una
sonrisa en los labios y todos le quieren mucho. Entrega sus trabajos a tiempo,
es muy inteligente y aplicado. Es un placer tenerlo en mi clase”.
La maestra de segundo grado:
“Pedrito es un alumno ejemplar con sus compañeros. Pero últimamente se
encuentra triste porque su mamá padece una enfermedad incurable”.
La maestra de tercero: “La muerte
de su mamá ha sido un golpe insoportable. Ha perdido el interés en todo y se
pasa el tiempo llorando. Su papá no se esfuerza en ayudarlo y parece muy
violento. Creo que lo golpea.”.
La maestra de cuarto: “Pedrito no
demuestra interés alguno en clase. Vive cohibido y cuando intento ayudarle y
preguntarle qué le pasa, se encierra en un mutismo desesperanzador. No tiene
amigos y está cada vez más aislado y triste”.
Por ser el último día de clase
antes de las Navidades, todos los alumnos le llevaron a Doña Tomasa unos
hermosos regalos envueltos en fino y coloridos papeles. También Pedrito le
llevó el suyo envuelto en una bolsa de papel. Doña Tomasa fue abriendo los
regalos de sus alumnos y cuando mostró el de Pedrito, todos los compañeros se
echaron a reír al ver su contenido: un viejo brazalete al que le faltaban
algunas piedras y un frasco de perfume casi vacío. Para cortar por lo sano con
la risa de los alumnos, Doña Tomasa se puso con gusto el brazalete y se echó
unas gotas de perfume en cada una de las muñecas. Ese día, Pedrito se quedó el
último al salir de clase y le dijo a su maestra: “Doña Tomasa, hoy usted huele
como mi mamá”.
Esa tarde, sola en su casa, Doña
Tomasa lloró un largo rato. Y decidió que en adelante, no solo iba a enseñar a
sus alumnos lectura, escritura, matemáticas… sino sobre todo, que los iba a
querer y les iba a educar el corazón. Cuando se reincorporaron a clase en
enero, Doña Tomasa llegó con el brazalete de la mamá de Pedrito y con unas
gotas de perfume. La sonrisa de Pedrito fue toda una declaración de cariñoso
agradecimiento. La siembra de atención y cariño de Doña Tomasa fue
fructificando en una cosecha creciente de aplicación y cambio de conducta de
Pedrito. Poco a poco, fue volviendo a ser aquel niño aplicado y trabajador de
sus primeros años de la escuela. Al final del curso, a Doña Tomasa le costaba
cumplir sus palabras de que, para ella, todos los alumnos eran iguales, pues
sentía una evidente predilección por Pedrito.
Pasaron los años, Pedrito se fue
a continuar sus estudios en la universidad y doña Tomasa perdió contacto con
él. Un día recibió una carta del doctor Pedro Altamira, en la que le comunicaba
que había terminado con éxito sus estudios de medicina y que estaba a punto de
casarse con una muchacha que había conocido en la universidad. En la carta le
invitaba a la boda y le rogaba que fuera su madrina de boda.
El día de la boda, Doña Tomasa
volvió a ponerse el brazalete sin piedras y el perfume de la mamá de Pedrito.
Cuando se encontraron, se abrazaron muy fuerte y el Doctor Altamira le dijo al
oído: “Todo se lo debo a usted, Doña Tomasa”. Ella, con lágrimas en los ojos,
le respondió: “No, Pedrito, la cosa sucedió al revés, fuiste tú quien me
salvaste a mí y me enseñaste la lección más importante de la vida, que ningún
profesor había sido capaz de enseñarme en la universidad: me enseñaste a ser
maestra”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario